Prensa y poder: pasado, presente, o cuando no es lo mismo, pero es igual.


En la lengua, se libró una batalla paralela a la de las trincheras y los campos. El lenguaje no fue inocente frente a la barbarie, también él participó, abiertamente en la lucha contra la libertad del individuo; también él fue configurando al “enemigo”, le dio cuerpo y forma para poder así deshacerse de él.

Victor Klemperer, La lengua del Tercer 

Texto publicado en el Informe 2019, Libertad de expresión en México, septiembre 2019 del Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia AC.

La libertad de expresión (y de pensamiento) es, sin duda, una de las ventanas desde donde se puede percibir el estado de salud de la democracia de un país. Una de las variables elementales de la libertad de expresión es la relación que se da entre los medios de comunicación (prensa-periodistas) y los poderes, sean estos legales (políticos) o ilegales (fácticos).

A partir de esto, sostengo como tesis principal de este texto es que la llegada al máximo poder político en México de un presidente no surgido del grupo en el poder por décadas (Partido Revolucionario Institucional, PRI), no ha representado un avance en el ejercicio de la libertad de expresión. Tampoco se ha modificado en esencia la relación con la prensa.

Por tanto, las “nuevas” circunstancias políticas nos obligan a analizar otra vez muchas de las variables con que se medía la libertad de expresión en los pasados gobiernos, como ¿qué pasó con los mecanismos (como la publicidad oficial) de control que usaba el Estado para presionar e influir en los contenidos de los medios (prensa)? ¿Cuál es el compromiso del gobierno actual frente a la libertad de expresión? ¿Cuál es la concepción que, de manera explícita e implícita, tiene el gobierno encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador sobre el papel del periodismo frente al poder?

El mea culpa de nuestro incómodo pasado 

Siguiendo la definición más amplia de esta locución latina, estoy convencido de que no debemos analizar nuestra relación con los otros poderes sociales, sin dejar de reconocer los errores que como periodistas hemos cometido y asumirlos de cara a la sociedad. Pero ese nuestro acto de mea culpa, ni se cruza ni tiene que ser pretexto para que los poderes (legales y no legales) ataquen el trabajo periodístico y la libertad de expresión, como ha ocurrido en los últimos años. Revisar el papel del nuevo gobierno frente a los medios, a los periodistas, y al final, frente a la libertad de expresión, nos invita a seguir reflexionando como grupo social y, en lo individual, como periodistas, cuál fue nuestro papel en el pasado. 

Asumir sin soberbias ni revictimizaciones que, durante décadas, el tema de la libertad de expresión no fue un asunto central del debate entre los medios y periodistas, mucho menos con y de frente a la sociedad. Que, con la presión, no por la obtención de licencias para radio y televisión o los recursos vía la publicidad oficial, la mayoría del gremio puso en primer lugar la relación con el poder político en turno. Había una suerte de “normalidad” en esa relación que casi nadie cuestionaba, al menos nosotros no (medios y periodistas). 

La violenta aparición de otra forma de poder, el llamado crimen organizado, y los efectos directos en nuestra labor, puso una alerta sobre los riesgos que esto implicaba para la existencia de los periodistas. Al mismo tiempo, emergían varias realidades: a la mayoría de los empresarios de medios de comunicación no parecía interesarles la seguridad de quienes salían a reportear. Y no sólo eso. Al poder político tampoco le preocupaba la vida de los periodistas. Menos aún, el riesgo que esto implicaba para la libertad de expresión. Hubo, por un tiempo, la sensación de orfandad total en el gremio con un costo humano directo: más de cien periodistas que en los últimos 15 años perdieron la vida por ejercer la libertad de expresión.

Analizar la relación de la prensa y el poder sin el contexto histórico nos lleva a lecturas limitadas y fallidas. Creer que siempre se había tenido una prensa crítica como se ha llegado a experimentar, al menos, de manera fragmentada recientemente, es querer esconder parte de nuestro incómodo pasado. Superar eso implica, nos guste o no, enfrentar y procesar ese pasado y asumir que por mucho tiempo la relación con el poder político (los gobernantes de todos niveles) no fue distante. 

Por el contrario, salvo excepciones, fue muy estrecha, más de lo debido.

El ejercicio periodístico pasó, en los años recientes, por un periodo de transición entre un pasado que no se termina de ir y un presente que no se acaba de entender. Entre una relación de largo tiempo con el poder político que generó costumbres e inercias y el no saber cómo conectarse con una sociedad que aún no puede ver en los medios a interlocutores confiables. El fantasma de “prensa vendida” (esa espantosa etiqueta, un clavo en la piel de la credibilidad) aún permanece en nuestra identidad. Más allá de la calidad del debate que hoy se tiene sobre ese vínculo, podríamos anotar como un importante avance que el tema se haya vuelto visible. Que se hable de eso a pesar de no vislumbrar una ruta por la cual avanzar como gremio.

El uso político de la prensa y los periodistas

Hace unos años me encontré con una selva de documentos en el Archivo General de la Nación (AGN), archivos en cientos de cajas de la Secretaría de Gobernación. La información contenida, tal como me lo narraron algunos testigos, estaba condenada a la destrucción. Sin embargo, el odio y la venganza impidieron que así ocurriera. Siempre las pasiones humanas terminan dando giros distintos a las historias. Y esta vez no fue la excepción.

¿Cuál era la intención de que esa información se mantuviera? En mi experiencia de estos años y estudiando ese tipo de documentos, una de esas intenciones era el cobro de favores. La información de los archivos se volvía una moneda de negociación para el futuro.

En el libro La Otra Guerra Secreta (los archivos prohibidos de la prensa y el poder)(Debate-2010) hay abundante información sobre medios, desde las más insignificantes, pasando por la vida personal e íntima de periodistas, hasta los informes administrativos de cada empresa a detalle.

La información de y sobre comunicadores era un mecanismo de control ideal para el sistema político priista: “La dictadura perfecta”, diría el nobel de literatura Mario Vargas Llosa; “Una tiranía invisible”, escribiría por ahí de los años 60 el filósofo Emilio Uranga sobre el papel de los medios de comunicación en la construcción de una tiranía con apariencia democrática.

“Para acentuar la necesidad de que el PRI disponga de un instrumento organizado técnicamente que desarrolle en su favor una propaganda institucional y no incidental, se consigna esta idea: por la acción de la propaganda política podemos concebir un mundo dominado por una tiranía invisible que adopta la forma de un gobierno democrático”.

De esta intencionalidad de parte del poder político, ningún medio se salvaba. En la construcción de esa tiranía invisible, los medios y periodistas hemos tenido un papel principal. Si bien es cierto que el poder político ha puesto en marcha, todo el tiempo, todos sus mecanismos de control económico y de seducción ideológica, una parte de este gremio tuvo poca “resistencia” a esos métodos.  En ese sentido, hay un grado importante de corresponsabilidad de la que poco hablamos.

La eterna división entre periodistas

Una característica de los periodistas mexicanos ha sido una división gremial, la cual se origina por infinidad de factores. Uno de ellos: los inmensos egos. A un gremio dividido lo vino a sorprender una violencia que fue germinando por décadas: primero desde el poder político, y en los recientes años, de parte del crimen organizado. De las formas sutiles se pasó a una más visible y explícita.

Irónicamente, esta violencia sería el detonante para una reacción favorable de alianzas de facto entre periodistas que buscaban defender lo más elemental: la vida. Casi un acto instintivo de sobrevivencia de cualquier manada. Al tiempo que se iban tejiendo varias redes de periodistas, casi con el único objetivo de defender la vida, nacía también una amplia cantidad de organizaciones de la sociedad civil que se encargaron de visibilizar aún más la gravedad de la crisis de la libertad de expresión. Ni siquiera la época de mayor violencia, como los años 60 y 70, había generado tal alianza entre periodistas y medios. 

Pero la unidad y las alianzas de grupos sociales representan un problema para cualquier forma de poder, en particular el político. La organización espontánea de la sociedad atenta contra su control. La de periodistas, más. Así que de la noche a la mañana esas alianzas se comenzaron a diluir hasta volverse en la actualidad un estado de división y distanciamiento similar o mayor al que se vivía con los gobiernos pasados.

Hoy, las raíces de un compromiso ideológico con el poder de parte de un sector importante de periodistas van desarmando lo poco que se había logrado unificar. Unos, ven al actual presidente como un enemigo a vencer; otros, como a quien se debe defender. 

Es explicable por qué los periodistas nunca hemos entendido que nuestro papel es hacer contrapeso, sea cual sea el modelo político en el poder. Por eso, ahora es más frecuente ver a los que antes cuestionaban, justificando las acciones del presidente o, incluso peor, ocupando cargos gubernamentales. No está en la costumbre ni en el ADN como grupo social, que el periodista deba guardar distancia con toda forma de poder político, no sólo con alguna de sus expresiones. Al final, la máxima de Julio César, emperador romano, se hace vigente: et vincere nemo dividat, “divide y vencerás”.

El presidente que sueña con ser periodista, director, editor y…

Y un día llegó al máximo poder político de México Andrés Manuel López Obrador, un hombre hipersensible a la crítica mediática, lo que le ha llevado a establecer desde hace años el trabajo de medios y periodistas en dos planos: con él o contra él. Y en ese juego hemos quedado atrapados todos, una vez más. 

Como un cuerpo al que le ha sido amputada alguna de sus partes, pero la sigue percibiendo y sintiendo como suya, así un grupo amplio de medios y periodistas antes en alianza con el poder de los gobiernos priistas, pasaron a ser la parte crítica del “nuevo” gobierno y, a su vez, los críticos del PRI cambiaron para apoyar al nuevo presidente. Resultó que muchos de los que cuestionaban la relación Prensa-PRI, ahora están en alianza o cercanos con aquél. 

*

El actual presidente de México llegó al máximo poder político con una suma de votos como ningún otro: más de 30 millones. Y, por si hiciera falta, casi sin ningún contrapeso de los otros poderes. Ese respaldo social se ha traducido en un poder casi absoluto.

Sin embargo, muchos de esos votos, guste o no, tienen su origen precisamente en el hartazgo de la sociedad hacia el PRI y sus tantos escándalos de corrupción. Y la visibilidad de eso fue gracias a investigaciones periodísticas, como ‘La Casa Blanca’ del expresidente Enrique Peña Nieto; los saqueos de gobernadores priistas como Javier Duarte… En pocas palabras, el triunfo del actual presidente fue gracias también a la visibilidad de los excesos del poder a través de esos trabajos de investigación.

Pero una vez alcanzado el poder, el presidente olvidó el papel que tuvieron esas investigaciones como buen ejemplo de contrapeso del poder en ese momento priista. El presidente ha convertido en una peligrosa costumbre la confrontación con ciertos medios y periodistas, lo cual ahora le incomoda. 

Así que un día sí y el siguiente también, el presidente amanece en varios papeles propios de la función periodística: dirección, edición, redacción, jefatura de información o periodista. Desde sus horizontes políticos y morales establece en sus conferencias matutinas (un estilo muy personal de informe diario de gobierno), lo que a su saber es correcto o incorrecto del quehacer de la prensa.

Si los gobiernos del PRI lo hacían de manera indirecta, vía sus mecanismos de control, como la publicidad o concesiones de radio y televisión, y en algún tiempo el control de la dotación de papel para medios impresos, el hoy presidente lo asume directamente.

En un juego de manos que por un lado esconde y niega el poder absoluto de los expresidentes priistas, crea al mismo tiempo su propio presidencialismo, y desde ahí establece líneas editoriales y éticas a los medios y a los periodistas mexicanos. Ahora, no sólo descalifica las investigaciones periodísticas, sino que, en un acto de desmemoria, asegura que si los medios denuncian este tipo de actos es porque pretenden desestabilizar al país. Si bien, como ya dijimos, la prensa muchas veces calló y fue cómplice, otros medios, la mayoría digitales y alternativos, han logrado poner una amplia agenda en materia de corrupción e impunidad. 

Desde sus discursos cotidianos, legitima alianzas y configura enemistades. Para él, el mundo periodístico se divide entre los que siente y cree que están con él y los que siente y cree que están contra él. 

Uno de los límites de esas expresiones ocurrió cuando la revista Proceso (julio, 2019) publicó un trabajo sobre el papel del empresario Ricardo Salinas Pliego (actualmente cercano al presidente) en la compra-venta de la empresa de fertilizantes (Fertinal) por parte de Petróleos Mexicanos (Pemex), compra que habría resultado en un fraude para Pemex.

El presidente, en esa ocasión, no pudo contener su molestia, y en la conferencia matutina del 22 de julio enunció las que han sido, quizá, las palabras que delinean su percepción profunda de lo que es o debe ser el papel de la prensa: “La revista Proceso… no se portó bien con nosotros”. Para el presidente, la prensa bien portada es la que no cuestiona cómo ejerce su poder, ni a sus cercanos colaboradores o aliados.  

Una semana después, en un extraño juego de poder, la presidencia de la república publicó en Proceso al menos 20 páginas de publicidad oficial. Algo así como la frase, al revés, que en algún momento el ex presidente José López Portillo (1976-1982) dijo para justificar el retiro de la publicidad oficial a la misma revista: “No pago para que me peguen”. En esta ocasión, aplicaría el “pago para que te pegue”. Durante años, la revista Proceso se negó a publicar publicidad gubernamental del PRI y del PAN durante su paso por la presidencia. 

Para el presidente no existe una prensa crítica que ejerce la libertad de expresión por muy incómoda que sea; para el presidente están los que aplauden y lo que cuestionan, los “buenos” y los “malos”, la prensa fifí y (por tanto) la no ‘fifí’, la que legitima sus decisiones. 

En ese juego del poder político, ahora con un gobierno que no es el PRI, está una de las bajas sensibles, la de por sí frágil alianza que habían logrado algunos medios y periodistas. La poca unidad, hoy se ha fragmentado. Por razones distintas, pero al igual que con el PRI, volvemos a estar divididos.

Las personas que han muerto ejerciendo el periodismo en el primer año del nuevo gobierno parecieran no tener el nivel de reclamo del gremio. Como si quienes murieron ejerciendo la libertad de prensa durante los gobiernos del PRI tuvieran más valía que quienes han perdido la vida durante esta presidencia: 16 periodistas víctimas de homicidio en lo que va del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, de acuerdo con la Asociación Civil Propuesta Cívica.

De diciembre de 2018 a julio de este año, la frecuencia de asesinatos no la habíamos visto en al menos los últimos 10 años. Pero hoy el problema es mayor, ¿cuáles podrían ser las medidas de protección a periodistas y a personas defensoras de derechos humanos, cuando es el mismo gobierno que los ataca?

Si el presidente ve como enemiga a la prensa, ¿para qué hacer mecanismos que salvaguarden la libertad de expresión? La impunidad sí es uno de los grandes alicientes para perpetrar crímenes contra periodistas, pero el discurso del presidente también fomenta que la sociedad no valorice a su prensa, pero tampoco da elementos para que sea agredida. Se vislumbra una construcción propagandística desde las palabras del presidente, es decir, la prensa es nociva y no es un contrapeso democrático: es más un mal que un bien social. 

Y de parte de la prensa no atacada, se observan síntomas de complicidad. Quienes condenaron esas mismas prácticas de presión, explícitas e implícitas, abiertas o veladas del PRI contra medios y periodistas, hoy son más complacientes. Los adjetivos que en otro momento habrían irritado a un grupo importante de medios y periodistas, ahora parecen ser válidos.

Una nueva normalidad se va configurando. No es gratuito que periodistas afines en su camino a la presidencia, hoy aplaudan, justifiquen y hasta ocupen cargos públicos. No habría que dejar de observar de manera crítica el papel que ahora juegan los medios del Estado.

La lengua del presidente

Pocas personas que ejercen liderazgo o asumen la presidencia alcanzan a tener la claridad del poder que tiene la palabra. En la historia de México, son contadas. En los últimos 50 años me atrevería a mencionar a dos: Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y Andrés Manuel López Obrador. El embajador Javier Wimer describió en pocas palabras esa eterna ambición de poder que tenía Echeverría: “Echeverría quería convertir todo acto público en un acto histórico”.

El uso casual de ciertas palabras en el lenguaje cotidiano del presidente parece a veces tan inofensivo, pero no lo es. Todas las palabras tienen, de manera consciente o no, una intención y los alcances y efectos dependen del poder de quien las emite. 

¿A quiénes se está dirigiendo el presidente cuando habla y ataca el trabajo de algunos medios y periodistas, con palabras aparentemente inofensivas? Por supuesto que no le habla a la clase política, ni a los intelectuales, tampoco a quienes ejercen el periodismo. De acuerdo a experiencias históricas, los líderes políticos se dirigen a sus masas sociales, a esas personas que le sostienen y legitiman.

El actual presidente está reproduciendo el modelo básico de la propaganda: la construcción de los enemigos. Lo ha hecho siempre. La necesidad del contrario para legitimar sus decisiones. Lo hizo durante todos sus intentos de llegar a la presidencia. Criticar a empresarios, políticos, religiosos y también a medios y a periodistas. Todos los que no estén de acuerdo a sus ideas.

Más que cualquier otra forma de expresión, el presidente sabe del poder de la palabra. El impacto, la impronta, el golpe emocional, el contacto con los instintos básicos: las emociones. 

Sólo quienes tienen altas cargas (y descargas) emocionales saben del poder que siembran con sus palabras. Semillas para cosechas de largo plazo. Pocos políticos mexicanos como el presidente han hecho de la palabra su recurso central y su medio para influir en las masas sociales.

La Biblia, libro en el que se funda toda la filosofía de las iglesias evangélicas y católicas, cada una con sus estilos particulares de interpretación, está tejida con el hilo de la palabra. Es la palabra con la que Jesús transmite su saber y sentir a sus apóstoles. La palabra es la base de los textos que elaboraron sus seguidores y donde nacería la Biblia y el evangelio de ésta: el mensaje. Por cierto, como en ningún gobierno antes, las corrientes religiosas particularmente la protestante evangélica, gana espacios de poder terrenal en la actual presidencia.

Una combinación entre informe diario de gobierno y sermón religioso. Entre mensajes políticos, datos administrativos y lecciones de moral, todas las mañanas lo primero que atienden los medios de comunicación y la población es lo que dirá el nuevo presidente. 

Las nuevas reglas para la publicidad oficial

La publicidad oficial ha sido uno de los mecanismos más efectivos de control directo y sutil del poder político hacia los medios de comunicación y periodistas. Larga es la costumbre. 

Con la llegada a la presidencia de un gobierno aparentemente distinto al PRI, se abría la posibilidad de que ese mecanismo llegara a su fin. Pero la decisión que se dio a conocer el 17 de abril de 2019, si bien advertía que se dejaría de dar publicidad a los medios como pago o castigo de parte del poder, en esencia no cambiaba el espíritu de este mecanismo, que sigue siendo controlado por el gobierno en turno. 

Se recortaba el presupuesto para fines de publicidad oficial: para 2019 se tienen autorizados 4,711 millones de pesos para publicidad oficial, 3 mil millones de pesos menos que lo ejercido durante el último año del gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero aun cuando fuera sólo un peso, sigue siendo bajo los criterios del poder político cómo se distribuirá cada peso.

Las interrogantes son casi las mismas que en las administraciones priistas: ¿quién se encargará de seleccionar a los medios que reciban esos recursos? ¿Quién decide y con qué criterios cuál información es publicidad velada o información periodística independiente? 

Esta administración ni siquiera se atrevió a tocar a las puertas de la propuesta de campaña que alguna vez hiciera el expresidente Enrique Peña Nieto, y que quizá hubiera modificado de fondo la relación prensa-poder, respecto al mecanismo de control vía la publicidad: la formación de una comisión ciudadana que auditara la contratación de publicidad oficial en medios de comunicación. La expectativa era muy grande…, pero ni la última administración priista ni la actual se desprenderían de una de las herramientas que necesitan para gobernar: los favores de ciertos medios y ciertos periodistas. En esencia: que las cosas cambien para que todo siga igual.

A manera de conclusiones

En la era de la bautizada “4T”, las cosas siguen siendo en el fondo, si no las mismas, muy parecidas. Cuando en el gobierno del PRI los medios y periodistas dejaban de ser útiles, se les exhibía y colocaba en la mira del escarnio público. Que las masas se encarguen de la pedriza. 

En los archivos mexicanos hay suficientes vestigios de cómo algunos mecanismos como los sobornos a medios y periodistas, no eran solamente herramientas del poder para control a corto plazo y de manera sutil… Esas formas concretas de relación entre prensa y poder tenían una utilidad de largo plazo. ¿Qué pasaba cuando algunos medios y periodistas decidían romper o no aliarse a los designios y controles del poder? Simple: de aliados pasaban a ser enemigos y entonces llegaba la destrucción total.

Esas pruebas que guardaba el poder, tarde o temprano funcionaron para recordarles que había deudas morales que no se pagan nunca. Esa ha sido quizá la mayor de las deudas que no terminamos de pagar en este gremio. Esa relación tan estrecha sigue marcando nuestra historia.

¿Cuál es la diferencia con lo que hace el actual gobierno? Ya no es el PRI, sino un partido llamado Morena. Pero el modelo es el mismo. Si la prensa incomoda (y claro que lo hace, y será siempre para alguien que no entiende que la libertad de expresión no es una definición que determina el poder), entonces hay que condenarla.

Y no me refiero a la destrucción directa, como el mítico caso del periódico Excélsior de los años 70, cuando el gobierno de Luis Echeverría influyó en la remoción del entonces director Julio Scherer y de la debacle de ese medio.

No tienen justificación ética quienes han hecho del maravilloso oficio del periodismo un poder político y económico, pero de eso a que el poder político decida qué es lo correcto o no del trabajo periodístico, es otro tema. A ninguno de los anteriores presidentes les agradaba la crítica. La diferencia es que ellos preferían negociar, pagarles, darles becas y viajes. Concesiones de radio y televisión. 

Al actual presidente le irrita toda la información que no le elogia. Y como no quiere “negociar”, entonces asoman otras formas de control: yo sigo teniendo la información; yo soy el poseedor de la información: “Si no ya saben lo que les pasa…”. En otras palabras: no es lo mismo, pero es igual.

Sostengo, por tanto, que a pesar de todo lo que hemos vivido como medios y periodistas, poco o nada hemos aprendido:

  • Que el poder político siempre será el poder, sea cual sea la ideología que diga representar y que en su naturaleza está el control de la libertad de prensa, como una de las variables de la libertad de expresión. 
  • Que al igual que en los momentos de conquista, de invasiones, lo que ocurre es una sustitución: una bandera sustituye a otra, una frase a la anterior, un discurso, al otro; pero, en el fondo, lo que sigue palpitando es el poder que siempre querrá más poder traducido en el control sobre la gente y donde los medios y periodistas son una pieza determinante.
  • Que los poderes políticos saben de la importancia de dividir a los medios y a los periodistas para así tener a una parte de éstos, que legitimen sus actos y acciones en el ejercicio de su poder.
  • Que el periodismo no necesita aliarse con ninguna forma de poder sea político o de otra índole. Y que cuando eso ocurre, eso ya no se llama periodismo. Se puede llamar militancia, activismo, más cercano a la propaganda que a la información. Cuando eso ocurre, el equilibrio mínimo se pierde. Toda distancia con los poderes y con quienes los ejercen, se diluye.
  • Que todo el poder que llega a tener un presidencialismo como el mexicano, lo que necesita de los medios es un contrapeso. Ni enemigos ni aliados, únicamente contrapeso. 

Sostengo, que la esencia del sistema político mexicano sigue vigente. Por el bien de la libertad de expresión, de los medios y periodistas y de una democracia de calidad, confío en que mis augurios no se confirmen en los próximos meses y años; aunque me temo que… 

Regresar al Perseguidor