El 4 de julio de 1982 fueron las últimas elecciones que el PRI ganaba la Presidencia de la República sin sobresaltos. Con una oposición sin posibilidades reales de ganar: Pablo Emilio Madero, por el PAN, y Arnoldo Martínez Verdugo, por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), el triunfo de Miguel de la Madrid sería sencillo, y las elecciones apenas un trámite.
Qué días los del PRI de entonces, tan placenteros que una de las máximas preocupaciones de los aparatos de inteligencia de la Secretaría de Gobernación era el grado en que el mundial de futbol podría alimentar el abstencionismo, a tal grado que consideraron diferir las transmisiones de los partidos. Extraña preocupación, si se toma en cuenta que a esa competencia México no asistiría.
En las elecciones del 4 de julio de 1982, al PRI no le preocupaban sus contrincantes de izquierda ni de derecha. Todo parecía estar bajo control. Todo salvo un potencial enemigo electoral: el Campeonato Mundial de Futbol en España. Era para preocuparse, ya que si, según sus estudios, la religiosidad de los mexicanos por el futbol los llevaba a pasarse las horas consumiendo alcohol y viendo partidos por televisión, cómo se vería que el día de las elecciones los mexicanos prefirieran quedarse a ver un juego y no salir a votar. Ni por el PRI ni por nadie. Un miedo de novela, como el que recorre el Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago.
Algo parecido refleja el estudio que, a propósito de las elecciones y el mundial de futbol de España 82, elaboraron los estrategas de la Secretaría de Gobernación, sobre todo porque sus investigaciones revelaban que los partidos de futbol provocan abstencionismo; es más, que el día de las elecciones presidenciales los representantes de los partidos en la casillas podrían caer en la tentación y abandonar sus funciones para irse a sus casas a ver los partidos por televisión.
A la distancia se mira extraño que en esos días, a pesar de la muy débil oposición, los analistas de la Secretaría de Gobernación percibieran que la afición de los mexicanos por el futbol pusiera en riesgo la gobernabilidad del país. En un documento con fecha del 25 de mayo de 1982, y que se localiza en el Archivo General de la Nación (AGN), se desarrolla un exhaustivo reporte sobre la jornada electoral y la transmisión de los partidos de la Copa Mundial de Futbol.
El trabajo expone detalles sobre el comportamiento de los electores en tiempos de futbol. Gobernación sabía, de acuerdo con sus registros y análisis históricos, que el mayor número de votantes acudía a las urnas en dos momentos clave: entre las 9 de la mañana y las dos de la tarde, y de las cinco de la tarde a las siete de la noche, aunque el turno matutino era el más relevante.
En ese momento ese dato resultaba ser un foco rojo, toda vez que en esos mismos horarios, de acuerdo con el calendario de partidos, se estarían jugando dos encuentros de los cuartos de final.
Según estos mismos datos, las expectativas de los aficionados se concentraban, precisamente, en las jornadas de cuartos de final, semifinales y final. Es decir, que si trasladamos el escenario a este 2006, para cuando ocurran las elecciones el próximo 2 de julio, el grado de atención al futbol será alto, sobre todo si en el mejor de los horizontes el equipo mexicano pasa a semifinales.
Aunque para respiro de los partidos políticos y del gobierno, esta vez del PAN, el 2 de julio, fecha de la jornada electoral, no está programado partido alguno. Por lo menos no será al futbol al que se quiera culpar del abstencionismo.
Volviendo al estudio de ese 1982. Se tenía detectado, cuando menos en esos años, que las transmisiones de partidos internacionales provocaban, como efecto peculiar, la reunión entre amigos, más que el convocar espectadores individuales. “Estos concentran votantes potenciales de diferentes distritos, en un distrito que les es ajeno, aumentando la dificultad de asistir a la votación en su casilla y propiciando el abstencionismo”.
Algo más del perfil de aficionado a los mundiales y al futbol, tenía que ver con la costumbre de ingerir bebidas alcohólicas durante los partidos y continuar durante el resto del día.
Dice a la letra: “Adicionalmente, es costumbre, durante trasmisiones matutinas de futbol, que se prolongan hasta el mediodía y muy especialmente en un día que legalmente establece la prohibición de venta de alcoholes, que el grupo de televidentes consuma bebidas alcohólicas durante los partidos, lo cual actuará como un elemento más de desánimo para cumplir con la obligación cívica del voto y propiciador del abstencionismo, especialmente si la transmisión se inicia, como en este caso, desde una hora muy temprano de la mañana”.
Las semifinales no tenían desperdicio: a las nueve de la mañana, Italia-Polonia y a las cinco de la tarde, Alemania-Francia.
El abstencionismo era su preocupación. No la competencia partidista de un PAN o un PSUM que tenían muy, pero muy remotas posibilidades de ganar. Los partidos de futbol, como estaban programados, “tendrían un fuerte impacto negativo a la votación y se convertirían en un importante elemento de abstencionismo”.
Ante la eventual posibilidad de que el entonces todopoderoso PRI fuera “derrotado” por el abstencionismo, los analistas de la Secretaría de Gobernación definieron una serie de estrategias. Todas en coordinación, claro, con el priismo: “En torno al problema anteriormente planteado (el posible abstencionismo), han sido consultados todos los responsables de los módulos del Sistema de Comunicación y Seguimiento del CEN del PRI, quienes a su vez han obtenido opiniones en cada entidad de la República…”
Una de las conclusiones que habían resultado de este cruce de información era la confirmación de que la influencia del futbol alcanzaba a toda la población mexicana, igual en zonas urbanas que rurales, con excepciones menores en entidades federativas en las que existían deportes más populares.
Otra: “La transmisión de los partidos de futbol, como está programada, tendrá un fuerte impacto negativo en la votación y se convertiría en un importante elemento de abstencionismo”.
A partir de esas referencias, se sugería tomar algunas medidas “emergentes”, como diferir los partidos o, de plano, bloquear su transmisión por televisión y, en todo caso, solamente abrir los espacios en radio, ya que según ellos, por este “medio no se tiene el mismo impacto negativo en la votación que su transmisión por televisión”.
Otra de las opciones era mantener la misma programación, pero aprovechar las transmisiones para “llamar a los ciudadanos a cumplir con su obligación cívica de votar, utilizando a deportistas, comentaristas y personalidades para los llamamientos”. O bien, diferir uno de los partidos, en ese caso el matutino, para respetar el horario de máxima concentración de votos, sin que eso provocara una reacción negativa exagerada por parte de los aficionados.
Aunque reconocían que esta opción tendría como desventaja “la frustración del aficionado ante una medida que, evidentemente, es de gobierno y que puede generar parcialmente abstencionismo, puesto que en las encuestas sobre la ausencia de votantes se ha detectado como una de las motivaciones la protesta frente a ciertos actos de gobierno”.
Había alternativas más radicales. Por ejemplo, que se pospusiera el total de la transmisión de los partidos, tanto por radio como por televisión, hasta después de las siete de la noche, hora en que oficialmente se cerraban las casillas.
Pero por donde se le viera, en todos los modelos el miedo al abstencionismo y desarticulación del aparato electoral aparecía: por frustración, por enojo de los aficionados (en caso de modificar la transmisión), o por preferir quedarse a ver el partido que salir a votar (en caso de que se pasara en vivo).
Luego de hacer todas las combinaciones posibles, las opciones se reducían a tres:
1) Diferir la transmisión de los dos partidos por televisión, manteniendo su transmisión en vivo por radio y procurar que esa medida sea un acuerdo de todos los partidos “para evitar que la oposición culpe al gobierno de la medida”.
2) Mantener la programación actual, con retransmisión constante de los partidos durante todo el día y campaña previa de exhortación al voto, y
3) Diferir únicamente la transmisión del primer partido hasta después de las 19 horas y campañas previas de invitación al voto.
Y al final… Las elecciones habían ocurrido sin sobresaltos. Como hasta entonces.
En lo político, Miguel de la Madrid ganaba sin ningún problema a sus “opositores” con 71.6 por ciento (más de 16 millones de votos); Pablo Emilio Madero obtuvo 16.4 por ciento (casi cuatro millones) y para Arnoldo Martínez Verdugo, 3.6 por ciento (cerca de un millón de votos).
Sin problema, José López Portillo entregaba la Presidencia de la República a De la Madrid y un sexenio más para el PRI. Pero este triunfo no le alcanzó para repetir la historia con su sucesor, Carlos Salinas de Gortari, quien en 1988 llegaba al poder con un triunfo altamente cuestionado.
Las elecciones de 1982 serían las últimas que el PRI ganaría sin problemas ni riesgos. Tiempos lejanos ya aquellos cuando, a lo más que el PRI temía era al abstencionismo de unos aficionados que preferían quedarse a ver un partido de futbol, aun cuando no jugara la selección mexicana, y a tomarse unas cervezas, que salir a votar.
Y el campeonato lo ganaba Italia por tres goles contra uno de Alemania.
Publicado en el No. 17 de Emeequis (29 de mayo de 2006)