Aquí puedes leer el texto original. Dos aviones aterrizan en Acapulco la mañana del 13 de diciembre de 1966. En uno viene Frank Sinatra, ícono estadounidense que desparramaba éxito y fama, y en el otro un grupo de amigos suyos. Llegan a un país extranjero sin que una autoridad los interrogue ni solicite documentos.

Pronto abandonan el aeropuerto en autos y camionetas que los trasladan al hotel Las Brisas, a unos 20 minutos de ahí, para una fiesta imparable de siete días para celebrar el cumpleaños número 51 de la estrella de Hollywood.

El plan incluye paseos en yate, fiestas en bares y caminatas por el puerto; emborracharse con quien quiera y hasta que se le dé la gana para luego, días después, irse tal como llegó en total y absoluto secreto. Sinatra llega, además, con la ayuda de un seleccionado grupo de amigos mexicanos que operaron su entrada al país con una sola condición: que no se entere el “señor presidente”, Gustavo Díaz Ordaz.

A Las Brisas sólo accedían los más ricos y más famosos, no era un resort cualquiera. Desde la colina en la que se encuentra, que mira a la bahía de Acapulco y al inmenso océano Pacífico, se hospedaron personajes como Henry Kissinger, Nikita Kruschev, Lady Bird Johnson (esposa de Lyndon B. Johnson, expresidente de Estados Unidos) o el mismo John F. Kennedy. En sus habitaciones, que ofrecían piscinas privadas o semiprivadas, estuvieron celebridades como Dolores del Río y María Félix, entre muchos otros más. Era el Acapulco de los sesenta cuando vacacionar ahí era sinónimo de prestigio; un lugar para que la clase media pudiera exhibir su ascenso social, un lugar casi obligado para las mujeres y hombres de la industria del espectáculo.

Aquí llegó Frank Sinatra en 1966 y, durante siete días, un espía del gobierno mexicano se convirtió en su sombra. Siguió sus huellas y anotó en una libreta todos los detalles de ese viaje secreto. No reconocía a la gente que acompañaba a Sinatra, mucho menos sabía cómo se escribían sus nombres, así que anotaba “L. Hayward”, “Dutch Pressman”, “Goetz” —que seguramente era Bill Goetz—, “Kurnitz”. La mayoría no coincide con los que se supone eran los más cercanos a Sinatra. No cita, por ejemplo, a Mia Farrow quien de acuerdo a los tiempos venía con Sinatra en el primer avión, pues se habían casado en julio de ese mismo año.

Revista Gatopardo

El agente, como se describe así mismo en el reporte, era José Hassanille B. No hay más referencias suyas en otros documentos. Pero gracias a lo que dejó por escrito sabemos —cincuenta años después— que en ese diciembre Sinatra entró al país sin autorización oficial, vetado por ofender la imagen de México con su película Marriage on the Rocks, dirigida por Jack Donohue en 1965. Una comedia sin muchas pretensiones con un guion sencillo: una pareja con problemas que viaja a México esperando ahí reconciliarse, pero que por una serie de enredos y malentendidos terminan divorciándose y donde unas ridículas autoridades mexicanas sirven de comparsas para absurdos enredos.

Hassanille reportó: “Todos se hospedaron en el mismo hotel. Este día por ser el cumpleaños del sr. Sinatra, se le dio una fiesta la cual estuvo concurrida por lo más granado del elemento de cine americano como Lana Turner y su esposo, Merle Oberon y esposo, el sr. Bruno Pagliai, Claudette Colbert; dicha reunión terminó alrededor de la 1:00 p.m. sin que se notara nada anormal”.

Su tarea era seguir, observar y reportar las actividades de Sinatra en su paso por Acapulco; un reporte de las actividades cotidianas y cuidar que no se volviera del conocimiento público su presencia: hacerlo invisible a los ojos del presidente de México.

“La persona que lo visitó con frecuencia fue el señor Teddy Stauffer, los demás, periodistas y demás personas, tuvieron vedada la entrada”, escribe Hassanille al final de la segunda página de un reporte escrito con 37 líneas con esas viejas máquinas de escribir, donde encapsuló esta historia.

El reporte quedó atrapado en los archivos de las oficinas de la Secretaría de Gobernación, en hojas de color ocre de papel Bond con dos folios, donde habitan los archivos de espionaje. Hoy se encuentra entre fajos de papeles y miles de cajas que forman un cementerio de papel en el Archivo General de la Nación. Son las huellas del espionaje mexicano de los sesenta y setenta: refugio de miedos, enojos, furias del poder político mexicano, que lo mismo aplicó un seguimiento puntual a Sinatra que a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, y una larga lista de personajes del universo cultural y artístico de la época.

Fue en 1998 cuando más de tres mil cajas del archivo muerto fueron abiertas al público para consulta, con ésta y otras historias que sobrevivieron a la destrucción. Por su naturaleza, no se cuenta con manuales específicos de consulta. Saber cuál es todo el contenido puede llevar años. Los registros de los excesos del poder y sus aparatos de espionaje, hasta donde fueron a parar sus narices, ojos, manos y locuras.

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A Frank Sinatra le sobraba una larga historia de fama en el espectáculo. Su voz era su principal arma de seducción. Una que se desplazaba entre las fronteras del jazz, blues y folk, con la que interpretaba canciones como New York New York, My Way o Strangers in the Night. “La Voz” fue el sobrenombre como se le llegó a identificar, a este showman polémico por sus relaciones amorosas, sus vínculos con personajes de la mafia italiana y sus negocios e intereses en casinos de Las Vegas.

Vendió en su carrera un promedio de 150 millones de discos y participó en 50 películas. Mantuvo una relación con mujeres a las que amó o lo amaron, o solamente compartieron su vida con él por un tiempo: desde Marilyn Monroe, Ava Gardner, hasta Mia Farrow. Además de ser amigo cercano del expresidente de los Estados Unidos John F. Kennedy. “Un Sinatra con un resfriado puede, a pequeña escala, enviar vibraciones a través de la industria del entretenimiento y más allá como seguramente un presidente de los Estados Unidos, súbitamente enfermo, puede agitar la economía nacional”, escribió el Gay Talese en el posiblemente mejor perfil periodístico sobre él, “Frank Sinatra has a cold”, en la revista Squire. Y en varias ocasiones, Talese define a Sinatra como il padrone, el patrón, el jefe.

En 1965, la cadena CBS difundió el documental Sinatra: An American Original, donde hacía ya un acercamiento a sus presuntas relaciones con personajes de la mafia italiana que operaba en ciudades como Nueva York y Chicago. Una alusión a Sinatra y a ese mundo de la mafia aparece también en la primera parte de la trilogía de El Padrino, de 1972, que dirigió Francis Ford Coppola a partir de la novela homónima de Mario Puzo. En la película, Johnny Fontane es una representación de Sinatra, un personaje que debe sus éxitos como cantante en Las Vegas y sus ascensos como actor en Hollywood a los favores de don Vito Corleone, el jefe de la mafia. En el filme, el mismo Fontane se apoyará en don Corleone para obligar a un director de cine a incluirlo como actor en una película.

Para algunos críticos, esto era una alusión a Sinatra cuando obtuvo un papel en De aquí a la eternidad, de 1953, dirigida Fred Zinnemann y con la que ganó el Oscar a mejor actor de reparto. En realidad, Sinatra mantuvo buenas amistades con hombres de la mafia como Bugsy Siegel, Lucky Luciano, Sam Giancana y otros más. En los archivos del FBI (Federal Bureau Investigation) hay 2,403 páginas sobre encuentros y desencuentros con ésos y otros personajes.

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México fue un campo fértil para el espionaje internacional en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX. Mientras el mundo se congelaba en una absurda guerra fría, en este país se calentaban y perfeccionaban los mejores aparatos del espionaje internacional: operaba la CIA de Estados Unidos; KGB de la Unión Soviética; MI6 del Reino Unido; Mossad, israelí; G2, cubano, y claro la Dirección Federal de Seguridad (DFS) de México, que compartía información con todos estos grupos al tiempo que los vigilaba. Millones de expedientes quedaron archivados.

La DFS y otros aparatos del espionaje dependían de la Secretaría  de Gobernación, por lo que sus oficinas eran corredores de documentos y expedientes del espionaje. Nada relevante que pasara en un país donde comenzaban a germinar los movimientos sociales que en pocos años estallarían; y podían estar ajenos de conocimiento del titular de esta secretaría, entonces Luis Echeverría y, por supuesto, del presidente de la República.

También a Gobernación obedecía la Dirección de Cinematografía, adonde el 16 de febrero de 1966 la distribuidora de películas Warner Bros. mandó para su evaluación el filme Marriage on the Rocks y, de ser aprobado, su difusión en las salas de cine en México. Pero eso nunca ocurrió. Ésa es la fecha en que la Warner Bros. registra como envío de 11 rollos y un avance de 3,121 metros de cinta. El reparto de la cinta venía en la ficha: Frank Sinatra, Deborah Kerr y Dean Martin.

Con el envío comenzaba un tortuoso camino de análisis y evaluación que estaba a cargo de escritores, poetas, ensayistas, historiadores, algunos ya en la cumbre de su trabajo, aunque la mayoría, jóvenes que apenas iban poniendo los primeros ladrillos de su futuro en el mundo cultural e intelectual.

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Mario Moya Palencia, director de Cinematografía, siempre tuvo la sensibilidad de atraer hacia sus oficinas a jóvenes creadores, algunos de ellos serían grandes  personajes en las letras y artes, uno de ellos, y quizá el más cercano a Moya, fue el escritor Carlos Fuentes. A este grupo se les encargaba la tarea de evaluar —censurar o aprobar— si las películas extranjeras cumplían con los criterios establecidos por el mismo gobierno y, a partir de ello, sugerían si eran adecuadas para su difusión masiva. Las películas nacionales no pasaban por estos criterios tan rigurosos, ya que la mayoría de éstas eran financiadas por el Estado, por lo que el guion era conocido y aprobado por los funcionarios antes de su rodaje.

Vacacionar en el puerto de Acapulco en los años sesenta era sinónmo de prestigio. Un lugar para que la clase media pudiera exhibir su ascenso social. / Fotografía: Libro “Acuérdate de Acapulco”

Para el crítico Víctor Ugalde, el gobierno mexicano creó, a partir de sus cánones de lo que era moral, las reglas que cuidaran las buenas costumbres, la paz y el orden público. “Aparte del control de contenidos de las películas nacionales, los criterios alcanzaban los filmes de otros países. En estas últimas, el gobierno cuidó siempre que no se hiciera un mal uso de los símbolos patrios y lo denigrante u ofensivo para México, como cuando se representaba a los mexicanos como ladrones, analfabetas, sucios, borrachos o descalzos”, escribió Ugalde en el texto “Censura cinematográfica: la punta del iceberg”.

Así que era inevitable que a Marriage on the Rocks (Segunda luna de miel, por su traducción al español) no cayera todo el filo de las tijeras de la censura oficial. Lo que los analistas interpretaron  no ayudó en nada, ni a la película, mucho menos a Sinatra.

De acuerdo a los analistas era “una comedia de situaciones que presenta un México adulterado y caricaturesco, donde se abusa del turismo, se visten trajes floclóricos, y los mexicanos se especializaban en divorcios y casamientos al vapor”, escribió Gustavo Sainz, el 18 de febrero de 1966. Años después, Sainz formaría parte del grupo de escritores del movimiento generacional La Onda, movimiento literario de contracultura que hablaba justo de sexo, drogas y rock and roll. “Considero que éstos son elementos suficientes para que se prohíba la exhibición de la cinta, pero solicito una supervisión para observar si es posible que, cortando todas las secuencias que suceden en nuestro país, el guion sea congruente”, apuntó.

Un segundo experto, Fernando Macotela, entonces jefe del Departamento de Supervisión, hoy director de la Feria del Libro del Palacio de Minería de la UNAM, consideraba que la imagen que se mostraba de México trató de ser simpática y en broma pero, al tener carencia absoluta de talento, se convirtió en algo falso, ofensivo y denigrante para el país. “No se recurrió sino a los más baratos clichés hollywoodenses de ‘ambiente mexicano’, y no vacilan en llenar de banderas nacionales la plaza de su pueblo para que una pareja de americanos contraigan matrimonio al vapor. Todo, desde luego, por obtener una propina […] El orden jurídico es casi inexistente, las autoridades no se enteran de lo que hacen, las condiciones higiénicas más elementales son desconocidas y la gente vive para bailar, vestirse como payasos y hacer fiestas populares con el menor pretexto.”

Macotela, en los documentos hallados en los archivos muertos, sugiere a su jefe inmediato Moya Palencia, hacer cortes, volver a revisarla, aunque reconocía que por la fama internacional de los actores y la misma empresa Warner Bros., sería imposible evitar que ésta se distribuyera en otros países desacreditando la “honorabilidad” del país que estaba por ser sede de los Juegos Olímpicos de 1968. Y cerraba su análisis: “Es lamentable considerar que el actor y coproductor Frank Sinatra, que conoce bien México, invierta dinero en una obra que ofende a un país que siempre lo ha recibido hospitalariamente […] quienes la hicieron olvidan que precisamente el sr. Sinatra deriva una buena parte de sus ingresos de inversiones hechas en los garitos que funcionan en el estado de Nevada, verdadera cuna de ‘divorcios al vapor’ ”, una alusión a los casinos donde Sinatra fue protagonista del negocio del juego. Además recomendó clasificarla “sólo para adultos”.

Gay Talese hace una referencia indirecta a esta filmación en su perfil de Sinatra: “Sinatra venía trabajando en una película que ya no le gustaba, que no veía la hora de acabar; estaba harto de toda esa publicidad sobre sus salidas con la veinteañera Mia Farrow…” Según Talese, Sinatra pasaba por esos altibajos en noviembre, a un mes de cumplir 50 años cuando estaba finalizando la filmación de Marriage on the Rocks.

A partir de estos análisis, Mario Moya Palencia, en su papel de director de Cinematografía, elaboró el reporte final para el presidente sobre Marriage on the Rocks. “He dado instrucciones para que se indique a la empresa distribuidora que debe ser suprimida la totalidad de las escenas que se desarrollan en México y las dos o tres escenas que tienen lugar en los Estados Unidos, en las que se hacen alusiones despectivas a México […] Con esos cortes, la película (que vi anoche) perderá coherencia y seguramente optarán por no exhibirla en nuestro país, además que la operadora manifestará a los distribuidores que carece de interés comercial su exhibición”, escribió en el documento.

Moya agregaba: “Por lo que respecta a Frank Sinatra, coproductor y actor principal de la película, no puede considerarse accidental la forma como finge ver aspectos de la vida de México: sin duda teniendo Sinatra intereses en casinos de Las Vegas, las escenas que presenta de nuestro país armonizan con las campañas que periódicamente tienen lugar en Estados Unidos y, particularmente, en California en contra de Tijuana y sus ‘atractivos turísticos’, que restan clientela a los negocios de Las Vegas”.

Pero censurar la película no sería suficiente. La osadía alcanzó un castigo ejemplar, así que Gustavo Díaz Ordaz

—el presidente al que se le recordará como el hombre que asumió la responsabilidad por la masacre estudiantil del 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco— ordenó, también, impedir la entrada de Sinatra a México. El político y empresario mexicano Miguel Alemán Velasco, vinculado por mucho tiempo a la empresa de televisión Televisa, recordaría el dato en una entrevista en radio con Joaquín López Doriga el 3 de febrero de 2014. “Otro que prohibió también la entrada de artistas fue Díaz Ordaz. Prohibió la entrada de Frank Sinatra, así como la película de Dean Martin. Todos ellos no pudieron entrar a México”, dijo.

Comunicado sobre las copias que llegaron a México de la película «Luna de miel»

Vista a la distancia era absurdo que el gobierno vetara una comedia menor, cuando en esos mismos años en los cines se exhibían películas nacionales como Los perversos, muchachas fáciles víctimas de amores equivocados, de Gilberto Martínez Solares, o Moral y deseo, sobre la vocación de un joven puesta a prueba por una mujer “de fuego”. Un cine mexicano que solía ser una extensión de las raíces de un sistema político y el espíritu de una sociedad entre conservadora e hipócrita. Tiempos, también, en los que el cine buscaba mantener la imagen y la idea del hogar pobre pero honrado, jodidos pero radiantes y felices, y mujeres sumisas y obedientes del hogar. La imagen de familia abnegada y atada a su destino se exportaba fuera del país.

Marriage on the Rocks hirió el sensible y nacionalista corazón del poder en México por lo que, censurada, nunca se estrenó en México.

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El proceso de censura contra Marriage on the Rocks y el veto de Frank Sinatra para ingresar a México había pasado entre febrero y marzo de 1966. Pero, irreverente como solía ser Sinatra, en abril anunciaba su intención de viajar a México con bombo y platillo.

Entre el racimo de documentos sobre Sinatra de la Secretaría de Gobernación está la traducción-transcripción de una nota periodística publicada en el San Diego Union, el 5 de abril de 1966, en la que se informa que el cantante estadounidense anunciaba a la prensa su deseo de vacacionar en Acapulco, donde recién habían comprado una casa. “No obstante que se le prohibió su entrada a México, el clan de Sinatra pasará una semana en Acapulco para inspeccionar la nueva residencia que compró. Con él van sus hijos, Tina y Frank Jr., así como la señora Nancy”, rezaba la nota del diario estadounidense. “Los Sinatra, preparándose con todo entusiasmo, deberán dar al jaspeado Acapulco algo de qué hablar, prohibido o no. Por si no está enterado, la prohibición se dictó contra Sinatra por la manera tan ligera con que su comedia Marriage on the Rocks trata el matrimonio y divorcio al estilo mexicano.” La intención estaba y la cumpliría ocho meses después, en diciembre, para celebrar sus 51 años de vida.

Así que varios funcionarios sabían que en diciembre entraría Sinatra. Para eso algunos personajes hicieron su tarea, presionaron los botones adecuados y tendieron los puentes precisos para que agentes de migración permitieran el aterrizaje de dos aviones en los que venía Frank Sinatra y sus amigos, y cuidaron que los medios de comunicación no se enteraran (o guardaran silencio). Uno de ellos, sin duda, Miguel Alemán Velasco. ¿Pero él sólo habría podido hacer posible la entrada de Sinatra? “No. Por supuesto que en ese enredo para evitar que el presidente se enterara, estuvo el mismo Mario Moya Palencia. Ambos afectos a tejer relaciones con el mundo de los intelectuales y el mundo del espectáculo. Los documentos del caso se encuentran en cajas de la Dirección que encabezaba. Seguro que no salieron de ahí nunca”, confió para este trabajo un cercano colaborador de Alemán Velasco de esos años, que prefiere quedar en el anonimato. Así se movieron las piezas.

Frank Sinatra visitaría Acapulco muchísimas veces. Aquí con su esposa Barbara, cantando con Los Paraguayos. / Fotografía: Archivo personal Viviana Corcuera / “Acuérdate de Acapulco”.

El agente José Hassanille B. anotaba en su reporte como asunto: “Se rinde informe en la investigación practicada sobre actividades del sr. Frank Sinatra de nacionalidad N. Americana”. Y de acuerdo a la primera línea, lo había hecho “cumplimentando instrucciones de esta superioridad”; dicha superioridad a la que se refiere es la de Martel Alvarado Medina, jefe de la Oficina de Población de Acapulco. Es decir, el reporte mal escrito con mala sintaxis, enteraba a un funcionario menor de Migración, quien a su vez reportó a un alto funcionario de la Secretaría de Gobernación.

¿Se lo dijeron al presidente? ¿Le informaron que el incómodo Sinatra había pisado tierras mexicanas?

Hay varios elementos para dudarlo.

Para los medios de comunicación, estuvo vetado el acceso al actor. Así que al menos en los principales diarios esta visita no existió. En ese entonces el periódico, quizá más influyente, era Excélsior, y es el que agrega elementos para la duda y lo extraño del caso. Luego de una búsqueda en los archivos del diario, encontramos que en su edición del 23 de diciembre de 1966, es decir, cuatro días después de que Hassanille reportara que Sinatra había regresado en su avión a Estados Unidos, el director de información de gobernación, Enrique Ábrego, declaraba que “Sinatra sólo podría ingresar al país si lo solicita y se disculpa por la ofensa que cometió en perjuicio de la dignidad nacional… Hasta el momento no se tienen noticias de que el artista haya hecho alguna gestión para entrar nuevamente al país”.

El mismo Excélsior, en su edición del 27 de diciembre, agregaba más elementos para la confusión. En otra nota, decía que Frank Sinatra y su esposa Mia Farrow vacacionarían en Acapulco a fin de año. “Sobre la llegada de Frank Sinatra, se dice que su casa en Las Brisas quedó totalmente lista desde la semana pasada y se cree que arribará para un corto periodo de descanso en compañía de su esposa Mia Farrow.” Aclaraba Manuel Castillo, el reportero, que Sinatra debía pedir autorización pues seguía considerado persona non grata. El reportero no cita la fuente que informa de la supuesta llegada de Sinatra a Acapulco.

Seguramente Sinatra para ese entonces en que se publicaban las notas, tomaba relajado otro trago de su fiel y eterno compañero Jack Daniel’s en las rocas y, quizá, recordaría sonriendo su reciente viaje clandestino: los paseos sin prisas ni preocupaciones por los centros nocturnos del puerto, sus veladas sin fin ni límites de tiempo, cuando se levantaba al filo del mediodía —tal como anotó Hassanille— y no salía de su habitación hasta pasadas las cinco de la tarde.

El 15 de diciembre, por ejemplo, salió de su habitación hasta las 5 de la tarde sólo para ir con sus amigos a pasear en el yate Costa Brava, propiedad de Miguel Alemán, dos horas de paseo por la bahía y luego, de vuelta al hotel.

Una parte importante de esos días en Acapulco, la dedicó a estar con su amigo Teddy Stauffer, músico de origen suizo, con quien pasó más tiempo, entre copas y anécdotas: “A las 9 de la noche fue al Hotel Villa Vera invitado por el sr. Teddy Stauffer, cenando en el comedor principal hasta las 11 en que se retiró al Hotel Las Brisas…”, apuntó el espía. Stauffer decidió un día quedarse a vivir en Acapulco y algunos centros nocturnos como el Tequila A Go-Go pertenecían a él.

“El 18 se repitió lo del día 16, no salió del hotel y el día 19 en la mañana a las 11:30 salieron por el aeropuerto en sus aviones a Los Ángeles”, escribió Hassanille y anotó: “En lo personal, consume bastante cantidad de whisky marca Jack Daniel’s etiqueta negra, en las rocas y casi una botella diaria…”

Informa de actividades de Frank Sinatra en Acapulco

Sinatra fue fiel al whisky Jack Daniel’s hasta su muerte. Incluso creó el Jack Daniel’s Country Club, del que era el único afiliado. Muchas historias cuentan que él mismo pidió que en su tumba pusieran una botella de esta marca. Y en honor al cantante, la empresa produjo en 2012 la edición especial Jack Daniel’s Sinatra Select.

“Yo le apuesto a cualquier cosa que te ayude a pasar la noche, ya sea una oración, tranquilizantes o una botella de Jack Daniel’s”, recopila Talese las palabras de Sinatra.

Así fueron esos días de diciembre de 1966, cuando el gran Frank Sinatra entró en secreto a México, sin que lo supiera el presidente.

Imagen e portada: El viejo Topo


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