La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha venido a incomodar la paz del ex presidente Luis Echeverría Álvarez y su ex secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, al determinar que el delito de genocidio no ha prescrito, al menos para el caso de la matanza de estudiantes del 10 junio de 1971.
Ahora que la historia ha venido a reclamarle deudas a Echeverría Álvarez, quizá ha de recordar aquellos días en que fue feliz. El día que asumió la Presidencia debe ser uno de esos. También, sin duda, habrá de preguntarse en estos días dónde están los amigos, los banqueros, empresarios, políticos, periodistas e intelectuales que aprobaron y callaron luego del halconazo de 1971 y las secuelas que dejaron los años de la Guerra Sucia. “Nadie está tranquilo por esta decisión”, ha dicho su abogado, el penalista Juan Velásquez.En estos días el ex presidente Luis Echeverría seguramente recreará en su memoria todos aquellos días de poder, de gloria, de eternidad. Se verá a sí mismo buscando un futuro que parecía no tener horizonte. Y se acordará, quizá, de los intensos colores de las guirnaldas, los oyameles, los claves rojos y blancos con que pidió adornar la fachada del alcázar de Chapultepec aquel 1 de diciembre de 1970, la noche de su día más feliz.
Por los recovecos de sus recuerdos merodearán, lejanos, difusos acaso, sus pasos sobre la alfombra roja hacia el cenit del Auditorio Nacional, y esa foto que quisiera eternizar con la banda presidencial cruzada en el pecho, el escudo del poder en México y a su lado, gris, saliendo de foco y de la historia, su antecesor, Gustavo Díaz Ordaz.
O quizá su memoria esté ocupada más en borrar aquellas horas, los minutos, los gritos de los estudiantes y los muertos del 2 de octubre de 1968, de los asesinados el 10 de junio de 1971, o de los torturados y desparecidos de los años de la Guerra Sucia, los años en que fue Presidente y gozaba intensamente sus años felices.
Todo: los abrazos, las felicitaciones, los abrazos. Todo: los muertos, el miedo, la violencia. Todo se quedó en el Archivo General de la Nación.
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Es martes 1 de diciembre de 1970. Es el día del presidente Echeverría. Han quedado atrás las interminables giras para legitimar ante el país el ascenso normal al máximo poder. Han quedado atrás los sueños, en este día solamente cabe la realidad, su realidad.
Ese día, el itinerario del Estado Mayor Presidencial fue preciso. A las 11 de la mañana el país se detendría para mirar la asunción del “Señor Presidente”. En la bitácora, apenas una sugerencia para los invitados especiales: asistir con traje de calle oscuro. Inmediatamente después, a las 13:30, “desfile militar en honor del Señor Presidente de la República en la Plaza de la Constitución”.
Para este día no hubo limitaciones económicas. El proyecto de presupuesto de gastos con motivo de la transición da cuenta de lo que en rubros generales se gastó para complacer al señor Presidente.
Para el alquiler de cuartos, comida y bebida para 200 personas, se consideraba un gasto de 1 millón 350 mil pesos de ese entonces; para boletos de avión para el mismo número de personas, un promedio de 700 dólares por cada uno. El total alcanzaba el millón 175 mil pesos.
Para el pago y uniformes de recepcionistas se había considerado un gasto de 160 mil pesos; mientras que para gafetes, portafolios, arreglos de oficina, aeropuerto y hotel donde se hospedarían los invitados, el cálculo era de cien mil pesos.
Los gastos para sala de prensa fueron de 600 mil pesos; transporte, 675 mil pesos y gastos de administración, 300 mil pesos. Tan sólo de estos rubros el total era de más de cuatro millones de pesos.
En un segundo folio se amplían gastos. En este se incluye el servicio de 67 edecanes militares con un costo total de 167,500 pesos.
Fue necesario el alquiler de 67 suites que incluyeran alimentos y bebidas, en el Hotel Fiesta Palace, aunque también se alquilaron suites en los hoteles Camino Real, Alameda, María Isabel, Presidente y Aristos. Esto tuvo un costo de 450 mil pesos. El alquiler de automóviles durante ocho días implicó una erogación de 225 mil pesos.
Durante los festejos posteriores a la toma de posesión, se ofrecieron dos comidas a los invitados especiales. Una con el Presidente y otra con el secretario de Relaciones Exteriores. Cada una de ellas tuvo un costo de 350 mil pesos.
Para completar la recepción a los invitados especiales, la Presidencia de la República consideró en el presupuesto el apartado de regalos a misiones especiales, lo que tendría un costo de 150 mil pesos. Junto con otros gastos de administración e impresión de gráficos, el total de este segundo folio fue de más de dos millones de pesos.
Entre los invitados especiales que para el 14 de noviembre habían confirmado su asistencia, estaban Karl Schmidt, director del Banco Germánico de la América del Sur; Robert Holzahc, director de la Unión de Bancos Suizos; Alberto Luzárraga y señora, vicepresidente del Chase Manhattan Bank; Antonio Monti y señora, director de la Banca Comerciale Italiana; Felipe Herrera, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo; J. Burke Knapp, vicepresidente ejecutivo del Banco Mundial. La lista total de confirmaciones hasta ese momento era de 24 personajes de la banca. El encargado de estas gestiones fue Ernesto Fernández Hurtado, director general del Banco de México.
Miguel Alemán Velasco, una de las cabezas principales de Telesistema Mexicano –ahora Televisa, la más poderosa empresa en el ramo en América Latina– envió otra lista donde además de confirmar a varios de los empresarios y banqueros de otros países, se incluía a los hombres del poder económico y político de México.
CON LA AYUDA DE TODOS LOS “AMIGOS”
Camino a la asunción al poder, todos, amigos y rivales políticos, tenían la obligación de rendir obediencia al futuro señor Presidente. Un mes antes, desde varios frentes se venían preparando todos los detalles, nada debía fallar.
Ironías de la vida. Uno de los que más habría de participar en los preparativos y festejos hacia el 1 de diciembre, fue nada menos que Alfonso Martínez Domínguez, en ese entonces jefe del Departamento del Distrito Federal. El mismo que un año después era sacrificado por Echeverría por el caso del 10 de junio, el día que el grupo paramilitar identifi cado como Los Halcones habría de masacrar a decenas de estudiantes.
Martínez Domínguez tenía el encargo de coordinar la participación de los gobiernos estatales, de verificar cuál sería su aportación para el día de la toma de posesión. Un reporte de cómo iban las gestiones con los gobiernos de los estados la recibió el 11 de noviembre.
Para entonces, el gobernador de Coahuila, Eulalio Gutiérrez, había asegurado enviar desde el 30 de noviembre al Ballet Folklórico del Centro Regional de Iniciación Artística, cuyos integrantes estarían hospedados en el hotel Catedral, listos para cuando el Departamento del Distrito Federal los requiriera.
El de Jalisco, Francisco Medina Ascencio, por su parte, enviaría al Grupo Folklórico de la Universidad del estado y Michoacán haría lo propio al mandar a los grupos Maestros del Folklore, Grupo Folklórico Universitarios y Retablo Purembe.
Quien se estaba encargando de toda esta labor de convencimiento era nada menos que Jesús Salazar Toledano, el mismo que, a la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas –primer gobernador de izquierda– al gobierno del Distrito Federal, ordenara borrar toda la información de los archivos que pudiera afectar a los funcionarios priistas.
Los días siguientes a la asunción, de acuerdo con la misma agenda, el Señor Presidente de la República se dejaría tocar y saludar por los otros poderes menores: militares, empresarios, diplomáticos, políticos, jueces, periodistas…
A la una de la tarde del miércoles 2 de diciembre habrían de presentarse ante el Señor Presidente y la señora de Echeverría, las misiones especiales del H. Cuerpo Diplomático e invitados oficiales, en el Castillo de Chapultepec. A las 2 de la tarde pasarían al comedor.
Para el jueves 3, el Señor Presidente y su esposa recibirían a los diputados y senadores, así como al Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y a los miembros de los poderes judiciales.
Ni siquiera imaginar que 35 años después, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con una votación de tres contra dos, decidía, la tarde del 15 de junio de 2005, que los tiempos para abrir un proceso por el delito de genocidio no habían preescrito y dejaba al quinto tribunal unitario determinar si se configura o no el delito, a petición de la Fiscalía Especial para Movimientos Políticos del Pasado (Femospp).
Aunque esa será otra historia.
OYAMELES Y GUIRNALDAS PARA EL CASTILLO
Al igual que muchos de los presidentes que han gobernado México, incluido el actual, Vicente Fox, el día que asumió el poder, Luis Echeverría tendría un particular interés en que en el Castillo de Chapultepec se realizaran los encuentros, comidas y cenas con invitados especiales, nacionales y extranjeros.
Para que todo estuviera a la altura de los tiempos, se ordenó cambiar de forma y fondo ese espacio histórico. Los ajustes al edificio estarían a cargo de la Secretaría de Educación Pública. El 17 de noviembre se le presentaron a Mario Moya Palencia, encargado del despacho de Gobernación, detalles de los acondicionamientos y cambios que se harían al Castillo de Chapultepec, así como los costos, todo para la recepción del 2 de diciembre.
Este presupuesto contiene las disposiciones dadas por el licenciado Luis Echeverría en su visita al Museo Nacional de Historia, el Castillo de Chapultepec, el día 15 de noviembre, y la suma concedida al Instituto Nacional de Antropología, con orden de pago b-739078.
Estos son algunos de los cambios y arreglos que se hicieron: Se desmontaron los emplomados del cubo de la escalera de los dos leones y repusieron ventanales de aluminio en la fachada norte con vidrio flotado.
Se instaló alfombra Mayatex en la escalera de comunicación entre el salón de Carrozas y el jardín del alcázar. Aquí mismo se pulió la cantera del cubo de la escalera. Bueno, hasta se rentó un lote de azaleas gigantes en 3,600 pesos y se instaló una tarima para la mesa presidencial para doce personas con alfombra verde.
¿Se acordará Luis Echeverría Álvarez de aquellas guirnaldas, oyameles y claveles rojos y blancos que pidió que se instalaran en la balaustrada exterior del castillo? ¿O del rojo intenso de la alfombra que mandó poner en la escalera de comunicación por donde haría el recorrido dentro del alcázar?
“Ninguno está tranquilo por esta decisión”, ha dicho en una de sus primeras declaraciones Juan Velásquez, el abogado de Luis Echeverría y Mario Moya Palencia, los dos únicos que podrían ser procesados por el delito de genocidio. Para los otros coacusados, los militares y halcones que atacaron a los estudiantes el 10 de junio, la justicia no alcanzó.
A ellos sí los olvidará.
Publicado en el No. 69 de La Revista (20 de junio de 2005)
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